En Febrero hacía mucho frio. Quizás algunos ya no os acordáis. Hacía tanto frío que las manos se te congelaban. Pensé en comprarme unos guantes, pero sólo fueron dos semanas con lo que, al final, no lo hice. Lo que más helaba tu cuerpo era el viento, muy fuerte y gélido. Pero seguí entrenando. Sesión tras sesión. Tres días a la semana, sin saltarme un sólo día. Fue duro pero, sí algo te gusta se hace menos duro. Puedes pensar que el trabajo duro recibe su recompensa, pero no siempre es así. En Diciembre sufrí una neumonía y todo el entrenamiento que había hecho para la San Silvestre Vallecana se fue al garete. De aquellos días guardé una botella de Cava Freixenet, semiseco. No pude abrirla en Nochevieja porque estaba de antibióticos hasta las cejas. Pero me dije "sí bates tu récord de 10K la descorcharás". Un récord que databa del 17 de Noviembre de 2019. Habían pasado casi 4 años. En este tiempo había perdido a mis padres y uno de mis hermanos había sufrido una operación por una enfermedad grave, operación que afortunadamente le salvó la vida. Eran muchas cosas. Pero yo seguía corriendo. A ver, ¿qué otra opción tenía? No me iba a rendir. Pero no por ningún rollo sobre positivismo, resiliencia y positividad, no, no me iba a rendir por mi propia salud.
El momento llegó, el pasado 11 de Junio, en la Madrid Vintage Run. Y lo conseguí. Bajé de 50 minutos. Hice 49 minutos 37 segundos. Y descorché la botella de Cava para celebrarlo. Y estaba fría, muy fría, como el viento de Febrero. Me supo a victoria, me supo a vida. Sé que mis padres también brindaron conmigo en el Cielo. Va por ellos.
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