Llevas unos meses que quieres bajar tiempos, eso sí, sin quitarte la cerveza de después del entreno y con tu whisky de los sábados, por supuesto. ¿Podrías entrenar un día más? Buff, complicado, estás más liado que la pata un romano. De pronto tienes la ideaca, el atajo que te va a llevar a superar tus marcas: ¡te vas a comprar unas zapatillas voladoras! De apenas 200 gramos, ligeras como el viento, con ellas bajas de 45 minutos sin apenas entrenar, fijo. Y llega el día en que las pruebas por primera vez y sí que corres sí, pero porque terminas a tope de pulsaciones ¡que se te sale el corazón por la boca! Te pregunta la parienta al llegar qué tal y tú sólo puedes decir arff, arff, con la cara tan roja que pareces un guiri en Benidorm. Así que, queridos amiguitos, zapatillas voladoras sí, ¡pero entrenad coño!
Hubo noches en las que escuchabas a Kurt Cobain mientras bebias cerveza y fumabas un cigarrillo tras otro. Al grito de "¡Nirvaaanaaaa!" entrabas en un trance hipnótico del que era imposible salir. Eran las noches en las que creías morir, pero no lo hiciste, porque eras joven e inmortal. Ese sentimiento ya pasó. Treinta años más tarde, cuando tú corazón se pone a 180 pulsaciones por minuto en los metros finales de una carrera, la sensación de morir un poco, lentamente y de resurgir al cruzar el arco de meta, es muy parecida. Enganchados al Rock. Al Rock de la Media Maratón de este pasado domingo 27 de Abril. Después de más de dos años conseguí bajar de las 2 horas en los 21K, logrando mi tercer mejor tiempo en la distancia. Y lo celebré, claro que lo celebré, con dos tercios de Mahou en buena compañía. Porque, como dijo Jimbo, "el futuro es incierto y el final siempre anda cerca".
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